Τρίτη 15 Δεκεμβρίου 2015

MI ATENAS EN MI VIDA ADOLESCENTE


El subconsciente colectivo de Atenas estaba dominado por un silencio amenazador. La capital de los años 70 del siglo pasado vivía bajo una dictadura, la Junta de los Coroneles. La censura intentaba amordazar a la prensa e infundir terror entre la gente.Yo, con la sensibilidad de una adolescente, sentía este miedo presente en todas partes, en las calles donde la gente caminaba con aparente tranquilidad, en las reuniones o en los medios de transporte donde reinaba un orden fingido, una falsa obediencia. En aquellos años era alumna de un colegio de monjas.
Mi colegio estaba ubicado en el centro, en la calle Charilau Trikupi, una calle comercial cerca de la universidad y de la plaza de la Concordia. Cuando iba a clase tomaba el trolebús desde mi barrio, Pangrati, hasta la estación de la universidad y después  caminaba unos pocos metros hasta mi escuela. Esto pasaba al inicio, pero a causa de la situación política del momento, de las numerosas e imprevisibles detenciones de la gente, mis padres pensaron que sería mejor que alguien nos llevara a mí y a mi hermana al colegio, así que contrataron a un conductor privado. Se llamaba Virgilio, y era greco-rumano, un hombre muy simpático, un jubilado que no tenía hijos y por eso le gustaba muchísimo acompañarnos y participar a su manera en nuestra vida diaria. Por supuesto nos hicimos amigos y nuestra amistad duró hasta muchos años más tarde. El itinerario era casi el mismo. Atravesábamos en su coche las calles de nuestro barrio, pasábamos frente al jardín nacional que se llamaba entonces jardín real,y nos dirigíamos hacia la avenida de la reina Amalía y de ahí hacia la calle de la Universidad. Unos días cambiábamos el trayecto y pasábamos por el barrio de Kolonaki. Otros días nos desviábamos más y subíamos a la colina de Likavitos para contemplar desde arriba, a vista de pájaro, nuestra ciudad. Muchas veces, si había mucho tráfico bajábamos a la esquina de Charilau Trikupi y andábamos hasta el colegio. Durante el camino nos acompañaban los ruidos de la capital, los pitidos de los coches, sus frenazos, los gritos de los vendedores ambulantes, los chillidos de los estudiantes, el clamor de la calle. Estos sonidos, junto a los repiqueteos de las campanas de la iglesia de la Fuente de Vida los días de la misa, marcaban nuestros pasos cada mañana. Había olores dulces de las pastelerías cercanas, y un olor a naranjo se desprendía de los 
árboles a lo largo de la calle .Pero sobre todo olía a cuero de las zapaterías y a humo de los vehículos.
Me vienen ahora a la memoria imágenes de mi vida escolar: primero el edificio  que en verdad eran tres, el primero era el dormitorio de las monjas y de las alumnas internas, el segundo era la iglesia católica y el salón de actos y el tercero era el edificio de nuestras aulas. Los dos patios, uno con la bandera donde formábamos filas y el otro donde hacíamos gimnasia, un pequeño jardín donde estaba la estatua de San José, pero sobre todo  recuerdo los ojos apacibles de las monjas, sus saludos en el umbral, la oración de la mañana, las risas y los juegos en los recreos con las amigas, las charlas en el patio, los cotilleos ,los debates en la clase, las caras serias de nuestros profesores que representaban la autoridad absoluta dentro de nuestro pequeño mundo.
Al terminar las clases,Virgilio nos esperaba para el regreso a casa.Y nosotras cansadas por el largo día –eran las cuatro de la tarde cuando nos recogía,y estábamos en la escuela desde las siete y media de la mañana- mirábamos a los transeúntes al regreso también de sus trabajos cómo hacían colas y esperaban el autobús en la calle de AcademiaSólo los sábados las clases duraban hasta las doce y Virgilio no venía a recogernos. Solíamos  pasear por el centro, la plaza de la Constitución, la calle de Ermu, hasta Monastiraki y Plaka, el barrio de los turistas, donde tomábamos un café o una cerveza y fumábamos. Nos sentíamos como si fuéramos adultos, nos sentíamos libres y felices de una manera tan sencilla e ingenua. El barrio del centro histórico de Atenas era para nosotras el lugar de nuestras aventuras de flirteo. Allí había un aire de vida despreocupada, entre las tiendas de interés turístico y los restaurantes, las casas con los frondosos jardines y los hermosos patios, hacíamos un paseo florido. Por sus callejones empedrados se levantaba el clamor de la muchedumbre mezclado con la melodía del organillo. Es el único sitio que en mi memoria ha permanecido intacto.
En el barrio del centro no había muchas residencias. Era y sigue siendo un barrio comercial y estudiantil. Durante esta época en la Universidad central estaban casi todas las facultades y los estudiantes frecuentaban los bares y las cafeterías del centro. Era un barrio de gran vivacidad y alegría.
 Tardaría un tiempo todavía en cambiar la serenidad y la estabilidad en caos, el regocijo en pesadilla, la vida en muerte. Los acontecimientos de la facultad de derecho en febrero de 1973 convertirían el corazón de Atenas en el semillero de los jóvenes reaccionarios y unos meses después, en noviembre, se desencadenarían los episodios de la Universidad Politécnica y a continuación el derrumbamiento del régimen. La lucha de los estudiantes contra la dictadura por la democracia fue decisiva, como una ráfaga del viento sopló sobre Atenas y llevó fuera el miedo y la incertidumbre.
De mi colegio lo único que ha quedado es una cripta con una estatuilla de San José, que se encuentra dentro del centro comercial construido en los años 80. El convento y la escuela se trasladaron a un suburbio en el norte de Atenas. Jamás lo he visitado.
ATENAS, 8 DICIEMBRE 2015

STELLA PANAGOPOULOU KIRKOU

MI ESTAMBUL MISTERIOSA




El subconsciente colectivo de Estambul está marcado por el grandioso monumento de Santa Sofía que domina en la parte vieja de la ciudad y está considerado  como el monumento más sobresaliente y característico del arte bizantino.

Estambul de los años sesenta del siglo pasado conservaba su atmósfera cosmopolita y una sociedad abierta. La vida, los centros de educación, el modo de pensar de la gente, las amistades, todo corría con un rítmo que siempre constituía el contenido de mis mejores recuerdos de aquella época.

Mi colegio se encontraba en un barrio donde había varias pequeñas industrias.
Cuando iba a clase todas las mañanas solía visitar una pequeña iglesia de un santo cuyo nombre no recuerdo ahora. Viajaba en barco cada mañana desde la isla donde vivía hasta el puerto de Estambul. Unos días, con buen tiempo y sol, andaba por la costa porque quería oler el mar y, además, me entusiasmaba ver los barcos de los pescadores.  Otros días prefería caminar por la avenida para echar una ojeada a los escaparates de las tiendas. Estos diez minutitos hasta entrar por la gran puerta del colegio eran un corto placer antes de empezar el programa diario de estudios bajo la mirada severa de las monjas.

Durante el camino me acompañaba una circulación pesada  puesto que en aquellas horas matinales, en una gran ciudad, la gente tiene prisa para llegar a su trabajo. Las bocinas, la muchedumbre, los insultos de los conductores fueron algunos de los sonidos diarios. Había otros voceríos también a mi alrededor. Por ejemplo los de los vendedores ambulantes de roscas, de los fruteros o de los que vendían infusiones de té,  pero lo que destacaba era el olor del sahlep, un tipo de infusión que se prepara con leche y polvo de una planta blanca.

Me vienen ahora a la memoria el orden y la disciplina impuestas por las monjas, cosas que eran importantísimas y la dirección las tomaban en consideración en el momento de la graduación.

Al terminar las 7 horas de clase desandaba el mismo camino del colegio al puerto, escuchando los mismos sonidos. La única diferencia por la tarde y antes de embarcar, era que el barrio de Gálata,  donde se encontraba mi colegio, era el espacio favorito de los estudiantes. Allí nos encontrábamos para contar el poco dinero que tenía cada uno de nosotros y comprarnos dulces de las famosas dulcerías de Gálata. En el mismo barrio había pequeñas tabernitas de pescado que ofrecían una gran selección de productos del mar. Lo confieso. Allí hicimos nuestros primeros experimentos con las bebidas alcohólicas.

Aunque pasé seis años de mis estudios en aquel colegio francés de Gálata tardaría en visitar algunas cosas, por ejemplo la Torre de Gálata, uno de los lugares más llamativos de la ciudad, un monumento especial que construyeron los venecianos. Muy cerca de la torre existe una de las sinagogas más importantes de la ciudad donde se reúne la comunidad judía. Resulta inconfundible por su fachada de colores rojizos, sus tres arcos y la cúpula decorada con estrellas (por supuesto la estrella de David).

En un recorrido por Gálata uno puede detenerse unos minutos para comprobar que en Estambul todas las religiones tienen cabida.



Vicky Ververoglou


4-12-15

LA ABUELA


Estoy sentada en mi sillón de terciopelo en el salón y, como mi nieto en su cuarto está ocupado con la preparación de sus deberes escolares, de repente me entran ganas de hacer algo que no me acuerdo desde hace cuánto tiempo no le he hecho,  mirar las fotos en el álbum de nuestra familia donde desfilan todos los míos.  Ay qué tiempos tan lejanos... Esto, aparte de llenar mi tiempo vacío, me trae tantos recuerdos y a la vez hace que me rebase una ola de sentimientos de todo tipo de matices: alegría o tristeza, nostalgia o emoción, melancolía o buen humor.  Me detengo en una especialmente, la cojo entre mis manos temblorosas y la miro detenidamente, perdida en los tiempos de mi infancia mientras estoy viajando hacia atrás: los abuelos se ven muy jóvenes y sus dos hijos, tendidos mano a mano, mi mamá y su hermano parecen tan emotivamente inocentes.
            Alta, rubia, siempre bien vestida y mejor peinada, en una palabra, elegantísima, mi abuela en mis ojos luce como si fuera una reina, un hada.  Aunque no lleva en sus hombros finísimas alas transparentes, cada vez que yo me hago alguna herida en las rodillas después de una caída (mientras aleteamos, jugando nosotros, sus cuatro nietos), ella, en un abrir y cerrar los ojos, se halla a mi lado, se inclina sobre mí, me abraza y me besa, me seca las lágrimas con su perfumando pañuelo y me alivia con su voz tierna. Nunca se lo he dicho a nadie, pero creo que –aunque su conducta es igual de cariñosa hacia cualquiera de sus “chiquititos”, como nos llama – la abuela me quiere más a mí. A lo mejor porque me llamo como ella o puede ser porque soy la menor.
            Tiene unos ojos azules muy vivos y siempre la vemos risueña. No pierde nunca su sangre fría y su serenidad aun cuando el ruido que hacemos, sobre todo los chicos, se hace insoportable. Entonces busca, y lo consigue siempre, una manera para tranquilizarnos. Unas veces nos convoca para contarnos algunas de sus increíbles historias, llenas de dragones, enanos, caballeros y princesas. La escuchamos como si estuviéramos hechizados y la suplicamos que continúe la historia, dale que dale. Sabemos que todo esto no es verdad, pero la abuela es tan persuasiva que lo más fácil es que nos dejemos llevar por la fantasía creyendo que nosotros mismos estamos entendiendo lo que sucede, por extraordinario que sea. Otras veces nos propone que juguemos todos juntos, ella incluida, por supuesto en el papel del jurado, un juego en el que los jugadores repartidos en dos grupos compiten en el ámbito del conocimiento. Al final la abuela “otorga” el premio al grupo ganador, frecuentemente unos pasteles, que los repartimos entre todos.
            La abuela también es muy generosa. Nunca olvida nuestros cumpleaños o nuestros santos, y siempre visita nuestra casa o la de mis tíos cargada de regalos: dulces, flores y juegos no sólo para el que tiene su celebración sino para todos los primos.
Durante las vacaciones veraneamos todos juntos en el chalet familiar en la playa. A todos nos gusta el mar y la abuela, como es muy buena nadadora, siempre está a nuestro lado para poder prevenir y evitar algo desagradable, así que nuestros padres pueden aprovechar un descanso sin problemas después de tantos,  de infinitos meses de trabajo. Pero lo mejor son las fiestas navideñas. Nos reunimos en la casa de abuela toda la famila y allí, efectivamente, reina la felicidad absoluta. ¡Qué luces, qué colores, qué olores, qué comida, qué dulces, qué música, qué bailes y, sobre todo, qué regalos. ¡Todos felices!
Quiero mucho a mi abuela y cuando me abraza y me besa siento que no podría amar a nadie más. La adoro.
“Abuelita, he terminado”, se oye la voz de mi nieto desde su cuarto satisfecha e impaciente.  “¿Puedo jugar ahora?” . La foto amarillenta cae de mis manos al suelo y, de repente,  vuelta a la realidad.  ¡Qué lástima que mi abuela falleciera unos pocos años antes de que yo naciera! ¡Qué lástima que no la conociera y que sólo puedo imaginarla! En cualquier caso, estoy pensando,  la vida sigue, lo prueba la vocecita de mi nieto, así que me apresuro a responderle: “Claro, claro, cariño”.
Angelikí Patera

30-11-2015

Παρασκευή 11 Δεκεμβρίου 2015

UN LOBO DE MAR DE HOY



Bondadoso, servicial y siempre dispuesto a ayudar en las tragedias humanas, el capitán Yanniko empezó su contacto con el mar cuando tenía 14 años. Hasta sus 49 lo había explorado hasta sus menores detalles y había saboreado todos los dolores y los placeres del mar, pero siempre estando en su elemento.

Αquel viernes era un día muy difícil para los marineros. El viento soplaba con intensidad, con una fuerza de entre 8 o 9 nudos. Las enormes olas mugían y hacían que los barcos de pesca parecieran cáscaras de nuez. El capitán con rostro decisivo, mirada fija y ojos de hombre habituado a las manías del mar continuaba su pesca de calamares y salmonetes. Tenía una gran familia y las obligaciones no le permitían el lujo de permanecer indeciso en días de marejada.
Así que continuaba su labor con sus siete compañeros para ganarse la vida cuando, de repente, recibió la orden del ministerio de la navegación para acercarse a un sitio con gran ondulación donde se encontraban en peligro algunas personas que se habían caído al mar. Inmediatamente el capitán se dio cuenta de la pura realidad:  los barcos portuarios no podían acercarse. En semejantes condiciones la Guardia Costera le pedía ayuda a él y el capitán, sin pensarlo, ofreció sus servicios cuatro veces salvando a más de doscientas personas del tempestuoso mar.

Sín vacilar en hacer su deber dio órdenes a sus siete compañeros:
- Vamos. Hay que salvar a esos náufragos. Recoged la pesca y toda la
   herramienta. Hoy lograremos mucho más salvando personas.

Acercándose al sitio señalado, los rostros de todos palidecieron. Encontraron el infierno. Vieron la catástrofe directamente a los ojos. 80 almas, entre ellos 20 recién nacidos y niños estaban amontonados en dos barcos de plástico, llenos de agua y a punto de hundirse. Sin perder tiempo, y con destreza, el capitán hizo que su trainera  ´´San Juan´´ se acercara a dichos barcos y gritó en inglés:

- Primero los niños, los niños, después las mujeres y por último los hombres.

Sus compañeros lanzaban los recién nacidos a las manos de los marineros  que estaban a bordo del ´´ San Juan ´´ como si fueran pequeñas pelotas. Una mujer embarazada se había mojado hasta los huesos. Tiritaba como un pez. La cubrieron con una manta. El capitán prestó sus calcetines a una jovencita pensando que él podía resistir, él estaba acostumbrado a estas peripecias pero ella estaba ya amoratada de frío. Un chico había nacido hacía tres días en la costa de Turquía. El más grande de los niños tenía solo 5 años. Madres jóvenes se arrodillaron delante del capitán besándole las manos y las piernas demostrando así su  gratitud por su grandeza de alma y sus sentimientos humanos.

Esta es la historia del capitán Yanniko, el lobo de mar de Chios, quien a sus 49 años se enfurece con los acontecimientos, con la vida, con la guerra y con la política que hicieron que el Egeo, su Egeo, se convirtiera en un mar que huele a muertos.


Vicky Ververoglou


30.11.2015

Τετάρτη 9 Δεκεμβρίου 2015

A MI LOBO DE MAR


Desde aquí, desde mi ventana, no puedo ver el mar, veo solo nubes y un cerro rocoso sin flores. El mar está al otro lado, detrás de la colina que protege la parte trasera de nuestra nueva casa.Un viento sopla con fuerza casi todo el año y en su eco escucho la historia de mi vida que no es otra que la historia de mi lobo de mar.
¡Cuántos años hace de nuestro primer encuentro! Todavía puedo revivir aquellos primeros días, éramos jóvenes, llenos de proyectos y ambiciones, dos ángeles rebeldes, tú más que yo. Me gustaban tanto tus ojos color de miel, tus brazos fuertes, tu espalda musculosa y recta como debe ser la de un jugador de polo acuático, pero sobre todo me gustaban tus manos, tus dedos firmes, las manos de cirujano, las manos de un mago. Salíamos al campo. Contigo descubrí tu ciudad natal con la larga carretera de las palmeras a la orilla del hermoso mar de Kalamata. Me acuerdo de tu pueblo en la montaña con la vista panorámica de todo el valle, un paisaje de color indefinible dependiente de la luz o la niebla. Tú eras el rey en esta tierra de aromas de naranjo y de olivo. Amabas tantas cosas, principalmente los caballos, estos atletas orgullosos y valientes como tú. Y yo contemplaba la vida a través de tu mirada y me entusiasmaba mientras paseábamos por todas partes , cogidos de la mano como dos enamorados. Contigo descubrí el amor y el mundo y aprendí a vivir la historia de nuestra historia.
Inglaterra, después América, tantos años en el  extranjero que han dejado sus huellas en nuestras vidas, en la mía mis estudios de filosofía y mis dos hijos , en la tuya el éxito profesional y el reconocimiento entre tus colegas. Al volver todo cambió paulatinamente. Fueron días estériles, ajenos para mí, me sentía vacía y tú siempre luchando por el pan nuestro de cada día, empezaste a ignorarme preocupado por tus quehaceres. El mar sereno de mi vida se convirtió  poco a poco en un mar sin transparencias ni colores, un mar triste y tú, el capitán de mi familia tomabas todas las decisiones sin contar con mi opinión. ¿Te acuerdas de tu afición por los vuelos , una afición tan peligrosa que me la habías escondido adrede, y después, la construcción de la nueva casa por la cual has gastado todos tus ahorros? No, no me quejo del rumbo de las cosas. Cuarenta años bajo tu mando he aprendido a soportar las tempestades y los arrebatos ocasionales de tu furia, a perdonarte y a convivir bajo el mismo techo. No puedo negar ni  tu bondad , ni  tu generosidad, ni tu devoción  a mí y a tus pacientes igualmente. Has sido un ejemplo de médico y por eso solo mereces todo respeto.
No sé si entenderás este escrito,si entenderás mi intención de comunicarte mi turbación y mi profunda tristeza.Te suplico que escuches mis palabras que traducen con dificultad la añoranza por nuestro mar que te lo dejo en prenda.
Stella Panagopoulou Kirkou 

Atenas 30 de noviembre 2015

NIÑAS EN EL MAR de Sorolla

En este cuadro de Sorolla uno ve a dos niñas pequeñas, vestidas en combinaciones holgadas de colores claros, en el  momento que  están entrando en el mar, para bañarse. 
Por lo que visten las niñas uno puede interpretar que la escena se desarrolla en un tiempo pasado, pero tampoco muy lejano, porque si este fuera el caso, ni las niñas entrarían en el mar  -al menos en la presencia de un mayor-, ni a un pintor se le ocurriría jamás  pintarlas, mientras lo hacían. Juzgando también por la técnica impresionista de la pintura, uno puede decir con certeza que el tiempo no va más allá de finales del siglo diecinueve. Por la cronología de la vida del autor, se puede deducir que más probablemente el cuadro data de principios del siglo veinte.
Las dos niñas son pequeñas. La menor podría tener unos cuatro o cinco añitos, mientras que su compañera sería unos tres o cuatro años mayor que ella .

Las pequeñas están mirando cuidadosamente sus pasos, vacilando al entrar en el agua. La mayor le da a la pequeña la mano, con un gesto protector y atento, mientras que la pequeña la coge con confianza. Esta relación de protección, por una parte, y de confianza, por la otra, hace pensar que las dos son hermanas. Probablemente se trata de las dos hijas del propio pintor, si uno además tiene en cuenta la intimidad y la ternura de la escena. Esta ternura y esta intimidad se intensifican por la luz abundante y dulce de las primeras horas de una tarde del verano mediterráneo, y por los colores claros, en los que predominan los tintes  azul y rosado.
Tina Dougalis
11 de noviembre de 2015

MI IMAGEN DE CRETA


Como he vivido por muchos años en Creta -y he trabajado muchísimos más, como urbanista, sobre ella-, tengo con esta isla una relación de amor y odio:
Amo su naturaleza hermosísima, sus paisajes tan diversos y por otro lado odio su deforme “desarrollo” urbanístico, que con tanta velocidad va destruyendo, año tras año, esta naturaleza y estos paisajes.
Amo su historia y tradición riquísima -de más de cinco milenios- y también los rastros de esta historia y esta tradición que el tiempo ha respetado, como odio la manera con la que estos rastros del património histórico y cultural van desapareciendo, bajo el hormigón del desarrollo y la explotación turística desmesurada.
Amo a su gente hospitalaria, amistosa, alegre y orgullosa -por su cultura, por su lengua, por sus tradiciones-, mientras que odio a la misma gente cuando su orgullo se degenera en desprecio hacia los otros, en separatismo y en un individualismo voraz que hace que uno no respete ni a su propio vecino. Me apena cuando su codicia y su avidez para enriquecerse -ahora mismo, si cabe- no la deja ver que sus actos ponen a la larga en peligro a la misma gallina que pone los huevos de oro, es decir, el paisaje natural y el patrimonio cultural de su isla, comodidades, ambas, tan valiosas. La odio también cuando usa armas de fuego para divertirse en las bodas y en otras fiestas,  porque intuyo que usando estas armas uno se divierte amenazando a los otros (y en especial a la gente más pacífica), mostrando su determinación de doblegar y aniquilar a sus adversarios potenciales, no con argumentos, sino con violencia bruta.
Así que siempre que estoy visitando Creta, tengo, como Chirbes,  sentimientos contrapuestos.
Sin embargo, creo que -también como ocurrió con Chirbes- mi sentimientos positivos rebasan los negativos: Porque tengo muchos amigos cretenses a los que quiero de verdad y a los que además admiro, por su orgullo sano y por su amor a su enorme legado cultural, un amor que nunca decae en arrogancia o desprecio hacia otras culturas. Además, ya que mi hijo ha elegido vivir en Creta, no puedo sino pensar en ella con cariño...
Me gustaría concluir estas notas diciendo que la cabecita de barro, que se encuentra en el museo arqueológico de Chaniá y que tanto ha conmovido a Chirbes para concluir su ensayo sobre Creta hablando de ella, ¡me emocionó también a mí, cuando la contemplé!
Como testigo pongo aquí una fotografia que había sacado de ella en 2013.






Tina Dougalis


Atenas 21 de octubre 2015

UN LUGAR DE VACACIONES



La reunión de aquella tarde tenía como objetivo la selección del lugar para pasar las próximas vacaciones. Las preferencias, opiniones y deseos eran múltiples. Unos querían repetir, por una vez más, el mismo lugar en el interior del país y otros preferían disfrutar de un viaje por el  extranjero. Aunque tenían confianza en mis sugerencias sentí que mi papel de poner las cosas en orden y satisfacer a todos sería difícil. Finalmente les expliqué que se acabó lo de ir siempre al mismo lugar. Tenían que aprovechar para conocer otros lugares non solo para enriquecer sus conocimientos sino también para aprender cómo vivían y cómo viven otros pueblos. Entonces les propuse un corto viaje a Egipto, una tierra de contrastes compuesta por hermosos paisajes desérticos dotados del esplendor que les otorga el inagotable río Nilo.

El Cairo era nuestra puerta de entrada. Se trata de una capital que es considerada al mismo tiempo como la mayor ciudad del mundo árabe. Desde los primeros momentos en esta tierra sentimos el olor del misterio y de la magia que surgen en la atmósfera. La piel oscura, la larga túnica de color blanco, el turbante, todo escondido tras una sonrisa interminable de los egipcios nos dejó  entender que nuestra expedición terminaría con muy buenas impresiones. Es verdad que, a pesar de la pobreza que se nota en varios aspectos de la vida, los egipcios son bondadosos, sonrientes y serviciales. Sienten una amistad profunda por los griegos quizás porque convivieron con una gran comunidad que ayudó verdaderamente al  comercio, a las letras y al desarrollo dejando en su país edificios como escuelas, iglesias, orfanato, hospital, etc., etc.

Una vez en el Cairo es obligatorio visitar el Museo Egipcio con la colección más impresionante de la etapa faraónica en su interior. Y no sólo esto. Las olas que invadieron la región dejaron los residuos de sus culturas de modo que los tesoros expuestos en el Museo cuentan con cientos de imágenes encontradas en templos y tumbas que representan a antiguas divinidades, momias de la época del Egipto faraónico así como obras de la cultura grecorromana que le sucedió.

Otros lugares de interés son La Gran Pirámide de Guiza, considerada la más antigua de las siete maravillas del mundo, la Gran Esfinge con mirada enigmática, las compras en el famoso Khan el Khalili bazaar caminando por sus pequeñas callejuelas. Un lugar ideal para los amantes del regateo que se hace, normalmente, entre una taza de karkande, tipo de té con hojas secas de la planta ibiscus, y el intento fracasado del tendero para vender sus mercancías a un precio elevado.

Antes de terminar nuestra breve estancia de 4 días, decidimos saborear algo de la vida nocturna del  Cairo. Esto significa asistir a una interpretación de la danza del vientre. En el bar elegido la bailarina se balanceaba al ritmo de  los sonidos de una danza folclórica con movimientos suaves y fluidos, disociando y coordinando a la vez las diferentes partes del cuerpo. Los brazos iban a un ritmo diferente del que iba marcando la cadera. La cadera, el vientre, los músculos abdominales, los hombros, todo, toda la danza se relacionaba con la vida puesto que los movimientos ondulatorios simbolizan la tristeza, en cambio los movimientos rápidos expresan la alegría.

Cuando llegó el momento de despedirnos, los rostros mostraban mal humor. Todos se sentían absortos en sus pensamientos. No cabe duda, les hubiera gustado permanecer más si hubiéramos tenido el tiempo y los recursos para prolongar nuestra estancia. Por eso les prometí,  para la próxima visita, organizar un crucero por las aguas del Nilo que ejerce de columna vertebral de Egipto y presume de haber enmarcado una de las civilizaciones más espléndidas del mundo antiguo.

Vicky Ververoglou


10.11.2015

Τρίτη 8 Δεκεμβρίου 2015

MEDITERRÁNEO



He leído en alguna parte que el agua une a la humanidad y permite crear un planeta mejor. En este sentido el mar Mediterráneo ocupa un papel importantísimo a lo largo de la Historia pero no es sólo esto. Es cuna de la civilización mundial. Un mar entre tierras, un territorio de unión en muchos sentidos: a través del comercio, pero también a través de la guerra y el conflicto. Diría que es un espacio de tránsito que ha originado una gran riqueza cultural.

No existe en el mundo una cuenca similar puesto que su posición geográfica le permitió ser testigo de la expansión de civilizaciones, ser símbolo de creatividad, de búsqueda, capaz de engendrar conocidas personalidades que tuvieron un papel importante en el desarrollo histórico, el arte, la música, la literatura, la ciencia y la tecnología.

El gran nombre de pueblos que atravesaron el mar a lo largo de la historia, crearon ciudades, imperios y contribuyeron al desarrollo de la región. Por otro lado, no olvidemos, es un mar que vivió momentos de nacimiento y decadencia de ciudades como Constantinopla, Alejandría, etc., etc. Por mi experiencia profesional, un gran número  de viajeros pensaban que sumergirse en esta región no es sólo por causa de los museos, las playas, los monumentos, etc.,  sino que supone mucho más que un viaje: es adentrarse en el alma de los pueblos que durante milenios se han ido sucediendo unos detrás de otros.

El mar Mediterráneo debe ser respetado por lo que nos ofreció durante siglos y conservado y cuidado por la preciosa vida que contiene y también por la maravillosa historia que encierra su pasado. Un pasado en el cual se puso la semilla de la que han germinado nuestras generaciones.

Vicky Ververoglou
21.10.2015




Πέμπτη 3 Δεκεμβρίου 2015

CRETA

“un viaje se resume por lo general en un solo instante”
Rafael Chirbes

CRETA
Creta es para mí un lugar de contrastes, contrastes morfológicos de variante altitud y de una extrema riqueza de paisajes y recursos. Lo que siempre me ha acompañado después de mi visita a la isla es el sentimiento de que esta variación ha dejado su huella en las diversas identidades de sus localidades.
Me acuerdo de mi primera impresión de Elafonisi en la prefectura de Chania. Un día soleado deambulaba por una playa maravillosa, de arena blanca, que se ponía de tonos rosados de las miles de conchas trituradas. La playa se unía a una pequeña isla por una estrecha franja rodeada de aguas poco profundas, cristalinas, de color claro y azul verde, "Así debe ser el paraíso”pensaba . Ese lugar producía en mí una fuerza secreta, me llenaba de valor, de vida, de esperanza.
Al otro extremo de Creta, en Elounda, hay un lugar hermoso pero cargado de sombras. Spinalonga, espino largo, es una isla que no lo era en el pasado cuando formaba parte de la península y fue separada de la costa para mejorar su defensa contra los piratas árabes durante la ocupación veneciana. La isla es una fortaleza inexpugnable, ha sido centro de la ruta comercial de la sal y refugio de familias otomanas y en el siglo xx fue utilizada como colonia de los leprosos. Hoy es una isla desierta, visitada solo por turistas y unos peregrinos el día de su santo,  Agios Pantelaimonas.
Cuando la visité, la isla desprendía tanta tristeza que lo único que deseaba de verdad era quedarme a solas y descansar en aquel refugio que recordaba los gritos de los muertos anónimos, despojados de sus nombres, marginados de su presente, y pensaba que nadie merecía ser olvidado, nadie debería morir nunca del todo y para siempre.

Stella Panagopoulou

Atenas 20 octubre2015.

MEDITERRÁNEO


Vivimos días difíciles
y cada vez que tengo la imagen
de este mar de aguas azul verde
rostros desesperados vienen
para recordarme la tragedia,
no de los árabes piratas,
ni de los turcos invasores,
sino la de los inmigrantes sin patria,
en busca de un refugio
en las orillas de este mar,
tan hermoso,tan acogedor
para los turistas
que se ha convertido en la fosa
de los malaventurados del mundo.
No quiero pensar en esta imagen
del Mediterráneo.
Vivimos días difíciles
y no hay ni un destello de esperanza.
Somos todos testigos de un crimen,
un naufragio universal
y no hay horas ni faros ni manera
 de cambiar el hilo de la historia.

Stella Panagopoulou

Atenas 20 octubre 2015

EL MEDITERRÁNEO, CUNA DE CIVILIZACIONES




Años atrás, durante una visita a las ciudades antiguas de Sicilia, me había preguntado cómo fue posible que los griegos del séptimo siglo antes de Cristo tuvieran la osadía de emprender los viajes que les condujeron allí, para fundar las colonias de la Magna Grecia. Aquellos hombres no tenían más que unos navíos primitivos, que iban con remos y velas. No tenían ni brújulas, ni órganos de navegación, ni mapas, ni conocimiento alguno de la geografía, como los tuvieron en su tiempo Colón, Magallanes, Díaz y los otros grandes navegantes y exploradores del Renacimiento. Debían de ser realmente viajes hacia lo desconocido aquellos antiguos, aunque es lógico deducir que los que crearon las colonias habían sido precedidos por otros, que habrían “descubierto” los primeros esas tierras, antes que los colonizadores.El proceso probablemente fue larguísimo y quizás las nuevas tierras fueran descubiertas primero por accidente, como uno  puede deducir estudiando la mitología u obras como la Odisea. De todas maneras la pregunta es insistente: ¿cómo fue que unos hombres con medios primitivos se atrevieran a adentrarse tanto en el mar para poder “descubrir” tierras lejanas y hasta entonces incógnitas?  Aunque suponiendo que siempre hubo un móvil fuerte que incitó a aquellos primeros viajes -una catástrofe natural, guerras, persecución, hambre u otra calamidad, que hizo la huida de la tierra natal necesaria-, es difícil de entender cómo lanzarse hacia lo incógnito les había parecido a los navegantes primitivos como una posible salida a sus problemas, de la índole que fueran.Por mucho tiempo me había intrigado la pregunta de cómo fue que aquellos hombres habían arriesgado sus vidas emprendiendo viajes imposibles, sin la más remota certeza de que estos acabarían en algo. Hasta que este verano, viajando por el Egeo hacia el destino de mis vacaciones, encontré una posible respuesta: me di cuenta de que navegando este mar esparcido de islas e islotes, el viajero tiene siempre a la vista un pedazo de tierra. El horizonte nunca es una línea recta que divide el mar del cielo. Esta línea está siempre interrumpida por una roca, un islote, una tierra, que aunque parezca inhóspita su imagen puede consolar y crear esperanzas.  Así que atravesar el Egeo hasta la costa de Asia Menor fue quizás el primer paso para que los antiguos marineros griegos adquirieran poco a poco experiencia náutica, que más adelante les permitió emprender viajes más arriesgados.El Mediterráneo es un mar cerrado, que se puede navegar teniendo siempre la costa a la vista. Además hay muchos conjuntos de islas, aparte del achipiélago del Egeo, que hacen posible que un  viaje largo se interrumpa, para que los barcos puedan abastecerse y las tripulaciones descansar y reponerse. Por otro lado, este “mar nuestro” es relativamente apacible.  En él no hay huracanes, tifones, o ciclones, mientras que las tempestades y los vendavales no suelen durar más que unos pocos días a la vez. Todos estos hechos podrían  explicar por qué los primeros grandes navegantes y colonizadores de la historia fueron pueblos mediterráneos. Los fenicios fundaron Cádiz y Palermo unos mil años antes de Cristo; los griegos colonizaron la costa del Asia Menor nueve siglos antes de Cristo;  y las costas de la península Itálica y de Sicilia  apenas doscientos años después. Marsella fue fundada alrededor del 600 a. C,  Ampurias, en la costa de Cataluña, en 550 a. C. y las colonias griegas en el Mar Negro en aquel mismo periodo.Con el desarrollo de la navegación floreció también el comercio e inevitablemente el intercambio cultural entre pueblos distintos. Este intercambio, el conocer otros mundos y a gente diferente no cabe duda que ha impulsado decisivamente el progreso. El auge de la civilización en el periodo de los griegos antiguos y los romanos no es para nada ajeno a la geografía, porque el Mediterraneo no sólo ha permitido la comunicación y el intercambio entre pueblos diferentes, sino tambien ha influido en las condiciones climáticas de la zona, proporcionando a sus habitantes inviernos templados y veranos frescos, es decir, un clima propicio para la vida humana y el desarrollo económico y  también cultural. No es injusto, pues, ni exagerado considerar el mar Mediterráneo como cuna de civilizaciones.


Tina Dougalis