Tardó aquel día en mostrarse al mundo, adrede, porque desde el tiempo en que le fue asignado tal ingente
quehacer, nunca había faltado a su cita ni les había fallado ni una sola vez.
Lo que no pudo prever entonces era cómo su osadía iba a dar un nuevo rumbo a
los acontecimientos. En realidad, él pensaba que así era el mundo, su mundo, el
asomarse a él a través de aquella pantalla y transmitir las instrucciones, eso
le habían enseñado desde que tendría cinco o seis años, y apenas tenía unos
destellos de memoria de cuando más niño.
Rondaba la veintena cuando una curiosidad extraña en él, unos la
llamarían rebeldía, otros traición, le hizo aquel día no mostrarse a la hora
prevista. No tardó en reinar el caos, apenas dos instantes bastaron para que el
engranaje de siglos se detuviera y precipitara el fin de aquella era
tecnológica.
Fotomontaje: M.J. Martínez