Hoy me he despertado
pensando en Walt Whitman, quizás ayer también pensaba en él y no era consciente
de ello. Pues sí, otros tendrán mil
cosas en la cabeza, yo lo que tengo es Walt Whitman y sus poemas. De repente he
visto cómo llegó mi hermano a casa con aquel libro verde, como una Biblia, lleno
de versículos, que eran poemas. Yo era muy jovencita, pero aquella Biblia verde,
llena de hojas de hierba, entró en mi vida. Todas mis inquietudes de aquella tierna edad
la mía me las respondían sus hojas, y me aprendía sus poemas de memoria. A veces me aprendía versos
que me gustaban y más tarde descubría de qué hablaban, como aquel de “Quienquiera
que seas pongo sobre ti mi mano para que seas mi poema...”. Que también es una realidad en muchos
momentos, pero cuando lo recitaba alegremente
lo hacía con toda la ingenuidad del mundo. El caso es que si me he
despertado con él será porque quería decirme algo con sus poemas:
Creo
que una brizna de hierba no es inferior a la jornada de los astros
y que la hormiga no es menos perfecta ni lo es un
grano de arena...
y que el escuerzo es una obra de arte para los
gustos más exigentes...
y que la articulación más pequeña de mi mano es un
escarnio para todas las máquinas.
Quédate conmigo este día y esta noche y poseerás
el origen de todos los poemas.
Creo en ti alma mía, el otro que soy no debe
humillarse ante ti
ni tú debes humillarte ante el otro.
Retoza conmigo sobre la hierba, quita el freno de
tu garganta.
(...)
Υ por eso leo y
escribo, para no poner freno a mi garganta. Y pensaba que no hay días iguales
finalmente, y que depende de las imágenes que pongamos. Como lo dice el poema:
Tropecé con un vidente,
Que menospreciaba los matices y las cosas de este
mundo,
Los dominios del arte y del saber, placeres,
sentidos,
Para buscar sólo imágenes.
No influyas en tus canciones, me dijo,
Ni la hora ni el día enigmáticos, ni fragmentos,
ni partes superpuestas;
Pon, primero, como una luz para los que siguen,
Como un canto de introducción para todos,
La canción de las imágenes.
Y pensaba en
las imágenes que había elegido ayer, y aunque había amanecido triste y enferma,
había elegido el camino de la curación y de la belleza, de la música, y así ese
alma que no es más que el cuerpo, se alegró, y el cuerpo que no es más que el alma, se mejoró. Y me fui a la ciudad, y aunque había fealdad de coches y de
edificios imposibles, me fijé en el sol enorme al caer la tarde sobre la
avenida, y en Monastiraki y su crisol de culturas, y yo
andando por allí a alguna parte para compartir más imágenes con otros. Y pensaba:
En este momento, sentado a solas,
anhelante y pensativo,
Me parece que en otras tierras hay otros hombres también anhelantes y
pensativos,
Me parece que puedo mirar más lejos aún y divisarlos en Germania, Italia,
Francia, España,
Y lejos, más todavía, en China, o en Rusia, o en Japón, hablando otros
dialectos,
Y pienso que si me fuera posible conocer a estos hombres
con ellos me uniría, tal como lo hago con los hombres de mi propia tierra,
¡Oh! Yo comprendo que nos convertiríamos en hermanos y amantes,
Yo sé que llegaría a ser feliz con ellos.
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Y lo creo,
como lo creía Whitman, porque las palabras tienen el poder de la conexión en
el espacio y en el tiempo, como me está pasando ahora, con sus poemas. A veces
es mucho más intenso con otras, pero solo si son bellas. Si no, las mando de vuelta, que esas ni las
quiero ni me interesan.
Y por eso
pensaba ayer en cosas bellas, y porque la realidad quiere empeñarse en que no
sea así, y llegas a casa y los deberes de los niños sin hacer, la cena a medio
hacer, y ..., cosas que pasan, pero todo pasa, y llega el sueño y la mañana y
te despiertas en otra cama, con dos niños en tu regazo, porque por las noches
hay voces y fantasmas, y te dices, ahí fuera era uno más y aquí soy un torreón
de primera.
Y me vuelve
otra vez Whitman:
Creo
que podría retornar y vivir con los animales, son tan plácidos y autónomos.
Me detengo y los observo largamente.
Ellos no se impacientan, ni se lamentan de su
situación.
No lloran sus pecados en la oscuridad del cuarto.
No me fastidian con sus discusiones sobre sus
deberes hacia Dios.
Ninguno está descontento. Ninguno padece la manía
de poseer objetos.
Ninguno se arrodilla ante otro ni ante los
antepasados que vivieron hace milenios.
Ninguno es respetable o desdichado en toda la faz
de la tierra.
Así me muestran su relación conmigo y yo la acepto.
(...)
No pregunto quién eres, eso carece de importancia
para mí.
No puedes hacer ni ser más que aquello que yo te
inculco. "
Y ahora me pregunto a quién le puede interesar lo que pueda contar este
alma de Dios perdida por estas tierras. Y una vez más, me vienen las palabras
del poeta:
Como si, en realidad, alguno
supiera algo de mi vida.
Pues yo mismo, a menudo pienso, que muy poco es lo que sé de mi propia vida.
Solo algunos indicios, unos pocos rastros acá y allá.
Los que aprovecho para mi uso y registro aquí.
Pues eso, para mi uso y los registro aquí.
Pero no soy poeta, y no sé si algún día lo seré, qué
importa, pero para los que sí lo sean también Whitman decía:
¡Poetas del futuro! ¡Oradores,
cantantes, músicos futuros!
No es el presente el que me justifica ni el que asegura que yo esté un día
con ustedes,
Son ustedes, la raza nueva y autóctona, atlética, continental,
la mayor de cuantas son conocidas;
¡Arriba! Porque ustedes me justificarán.
Yo no hago más que escribir una o dos palabras para el futuro,
Solo me adelanto un instante, para retornar luego a las sombras.
Soy un hombre que, vagabundo, siempre sin hacer alto,
echo sobre ustedes una mirada al azar, y sigo,
Dejándoles la encomienda de probarla y definirla,
Aguardando de vosotros la realizacíón de la magna obra.
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“¿Qué hay de bueno en todo esto?”
Y la respuesta:
“Que estás aquí, que existen la vida y la
identidad,
Que prosigue el poderoso drama y que quizás
Tú contribuyes a él con tu rima”.
Como habéis comprobado, hoy me he
levantado con Walt Whitman en la cabeza. Y como hoy ya respiro, y al volver por
la mañana y abrir la puerta vi que reinaba el silencio en casa, me he puesto a
cantar imágenes para así no frenar a mi garganta.