Me llamo Lolita. A mi edad este nombre parece un poco
ridículo, pero ¡qué le vamos a
hacer! Es el mío y ya no se puede cambiar... Pues yo, Lolita, estoy en este bus, camino a Benidorm, ¡para
pasar un fin de semana con un hombre! ¡Que, además,
no conozco!
No, no seáis malpensados. Lo que he dicho no es exacto. Es
verdad que Felipe y yo nunca nos
hemos encontrado en carne y hueso, pero nos conocimos bastante. O eso creo y espero...
Él ha sido uno de mis “amigos” de FACEBOOK por mucho
tiempo. Creo que fui yo la que le
había pedido que fuéramos “amigos”, hace ya dos o tres años, después de haber visto
comentarios suyos que me habían gustado, a cosas que escribía otro de mis “amigos”
virtuales. O ha sido él. Eso no importa...
Por mucho tiempo nuestra “amistad” consistía sólo en
comentar el uno lo que escribía
el otro, y en hacer “me gusta” en publicaciones, fotos y vídeos. Sin embargo, aquella noche, hace unos
meses, recibí de él un mensaje personal: Después de presentarse (vive en Granada, está jubilado, enviudado
desde hace muchos años, y con dos
hijos mayores), hablaba de sus aficiones (cine, literatura, arqueología, música clásica y cosas así) y me decía
que, buscando por las cosas que yo había
escrito y publicado en el FACEBOOK, había llegado a la conclusión que nosotros dos teníamos muchas cosas en
común, así que le gustaría que nos conociéramos más.
¡La impresión que me había causado aquel mensaje privado!
También me había aterrorizado
bastante: ¿Qué quería de mí este hombre, en realidad? ¿Cuáles serían sus
motivos? ¿Era tan candoroso como aparentaba? ¿Acaso tenía intenciones ocultas, que podrían
presentar algún peligro para mí? Dormí pensando
en ello, y a la mañana siguiente
lo pensé y requetepensé a la luz del día.
Le di muchas vueltas al asunto y al cabo de hablarlo también con mi amiga del alma en la oficina, decidí que, en
todo caso, con responderle no tendría nada que perder. Debía ser muy cautelosa, eso
sí, pero no pasaría nada si yo me presentaba también a él, e iniciábamos así
una correspondencia de correos electrónicos,
entre los dos. Así que por la noche le envié también un mensaje privado. Desde
entonces nos hemos escrito
regularmente. ¡Y lo hemos disfrutado! (Creo que puedo hablar también por él).
..........................................................................................................................................
Pues, hace pocos meses, en uno de sus correos, Felipe
va y me pregunta que por qué no
hablamos de viva voz, vía Skype. (Él lo tenía ya instalado, para poder estar en
contacto con sus hijos, que están estudiando en ciudades distintas). Aquella propuesta me
produjo pánico, otra vez. ¡Claro! Es una cosa escribir a alguien que nunca has visto
y otra, muy distinta, hablarle por teléfono, y -¡peor aún!- viéndolo cara a cara... Le respondí
entonces que yo no tenía Skype, lo que
era verdad, pero que además me sirvió de excusa para ganar tiempo y poder
reflexionar sobre el asunto. Él insistió, diciendo que era sencillísimo que instalara yo también
el Skype y que lo único que tendría que hacer era
comprarme una pequeña cámara, que era algo muy barato. Había respondido que lo pensaría. Lo pensé e
igual como había ocurrido con aquel primer mensaje
suyo, al final decidí arriesgarme, así que me compré la cámara e instalé el Skype.
Ni su voz, ni su rostro me decepcionaron. Era tan simpático
como lo parecía en sus correos.
Desde entonces hemos hablado cada noche, como dos.adolescentes que tienen que
compartirlo todo con su “enamorado”, desde sus pasadas experiencias hasta lo que les ha ocurrido durante el día...
Una noche, hace
tres semanas, me habló por primera vez de Benidorm. Me dijo que hacía mucho que no lo había
visitado, aunque en el pasado solía pasar allí unos días cada verano con su mujer y sus
hijos, para ver a sus suegros que veraneaban allí, en un pisito que se habían comprado.
Ahora, con su mujer y sus suegros ya desaparecidos,
ese pisito sus hijos y él lo tenían alquilado, pero que sentía
algo de nostalgia por el lugar, y
pensaba ir alguna vez, ahora que él también era viejo. Y sin dejarme tiempo para pensar, va y me suelta la
pregunta del millón: ¡Que por qué no íbamos juntos, por un fin de semana!
Para esquivar su pregunta, balbuceé algo sobre nuestra
edad, es decir, que yo no me
sentía para nada vieja todavía y que ni él -que
tiene tres años menos que yo- debía
sentirse así. En realidad estaba muerta de puro terror, como si un rayo se me hubiera caído encima. Él, sin
embargo no me dejó escapar así y dijo que hablaba
en serio, y que qué pensaba yo de su propuesta. Todavía tratando de evitar darle una respuesta directa, respondí
que nunca había visitado Benidorm, porque siempre
me había repugnado la idea de ir de vacaciones a un lugar como ese. Además, puesto que teníamos esta
casita en Ruidera, siempre solíamos veranear allí. Después de una breve pausa añadí que,
por otro lado, yo no sabía si quería que los dos nos encontráramos de cerca... “En
cambio yo sí sé que quiero encontrarte”, era su respuesta. Dijo que no quería forzar las cosas, pero
que le parecía que ya era tiempo que los dos nos conociéramos. Además Benidorm era un
lugar adecuado, porque dinsta casi igualmente
de Villarrobledo -mi ciudad- y de Granada -la suya-. Podríamos alquilar habitaciones distintas (dijo que
algunos hoteles ofrecían unos paquetes muy atrayentes para el mes de
junio) y atrevernos, por fin, a dar el “gran paso”. (Lo dijo con ironía, esto). “¿Qué es lo que
temes?”, preguntó. “A estas alturas, debes ya de estar segura de que no soy el asesino de la
sierra, ni tengo el propósito oculto de venderte
a unos petroleros árabes”. (A esto me reí: ¡No conseguiría un buen precio, le dije, si esta era, en
efecto, su verdadera intención!. Él también se rió). “Ahora en serio”, dijo. “Lo peor que nos puede
ocurrir sería que destrozáramos nuestra amistad virtual. Malo, pero seguro que ambos
lo podríamos sobrellevar. Lo mejor sería que nuestra
relación diera un paso adelante,
aunque lo más probable sería que pasáramos
un fin de semana agradable e interesante, y que pudiéramos permanecer tan amigos como ya lo
somos. “¡En la vida hay que arriesgarse un poquito,
Lolita! ¿No?”. No pude contradecir esos argumentos suyos. También es cierto que
en el fondo la idea había
empezado a hacerme ilusión. Así que le dijo que sí aquella misma noche, sin siquiera esperar para
pensarlo mejor a la luz del día...
..........................................................................................................................................
Las cosas claras: yo soy una persona acostumbrada a la
soledad. Es más: creo que mi soledad ha llegado a gustarme. Después de que mis
hijos se fueron de casa vivo sola y puedo decir que lo estoy disfrutando. Claro
que los veo a los tres muy
a menudo, solemos comer juntos los domingos y cuido de mis dos nietos cuando sus padres me lo
piden, pero, por lo demás, yo tengo mi vida y ellos las suyas.... De todas maneras no
estoy para nada segura de que en a estas alturas me convendría tener pareja, si eso
pudiera ocurrir...
Desde luego hubo un tiempo que yo había sentido -¡y mucho!- la falta de un compañero. Entoncres todavía era
joven. Pero hace años que ya ni me pasaba por la cabeza una posibilidad así. Es
verdad que desde el momento en que me divorcié, hace ahora treinta y dos
años cumplidos, he tenido mis “relaciones sentimentales”,
como se llaman. Pocas, pero las he tenido... Primero me había enamorado perdidamente de aquel
gimnasta, cuando aún estaba casada... ¡Aquella farsa de mi matrimonio! Mi madre
creía que a su hija tiene una que casarla lo antes posible, “cuando aún es un primor”. Así que en cuanto
terminé el colegio mis padres me encontraron enseguida
a un novio. Era el hijo único de la familia más rica de nuestra pequeña ciudad, como decían todos. Era joven,
apuesto, con estudios universitarios... ¿Qué más
podría desear una chica? ¡Claro! El
que fuera homosexual, ni se les había
pasado por la cabeza, a los pobres de mis progenitores... Por mi parte, hasta
creí que estaba enamorada... Así
que me casé con diecinueve años... Pronto me quedé embarazada de mi hija mayor.
Desde aquel mi primer embarazo
empecé a olerme que algo no estaba bien... Porque él empezó a salir con “los amigos”,
dejándome a mí siempre en casa, ya que a causa del embarazo yo tenía que descansar y
meterme en la cama temprano... Cuando di a luz , resultó que mi hija no era el esperado
heredero de la familia pudiente, así que él
me dejó embarazada sin tardar otra vez, y después otra, hasta que al final -¡la tercera va la vencida!- nació el ansiado niño... Tuve tres
partos en cinco años, los tres
con cesáreas...
Todo este tiempo él parecía correcto como marido y padre.
Podía engañar a la gente que no
nos conocía de cerca, pero, en realidad, su total indiferencia hacia mí, como mujer, no se podía ocultar. Yo,
con veinticuatro o veinticinco años vivía hundida en la desesperación, pero creía que,
pese a todo, mi deber era permanecer a su lado, volcada en mis hijos tan
pequeños, que me necesitaban, tanto a mí, como a su padre... Era muy desgraciada, sin respeto a mí
misma, sin saber qué hacer... La
depresión me acosaba por todas partes. Mi madre, que se había dado cuenta de mi situación, y que -¡un poco tarde!- estaba arrepentida por haberme casado
tan joven, me aconsejó entonces
ir a hacer gimnasia para sentirme mejor y, de paso, recuperar.mi figura
estropeada después de los tres embarazos consecutivos. Es entonces cuando me
enamoré del gimnasta... Yo le gustaba y me lo hacía entender... Necesitaba tanto sentirme
deseada, que caí en sus brazos con fervor y sin cuidado por guardar las apariencias...
Creo que en el fondo quería que mi marido se enterara,
para así vengarme de él. Y, claro, él pronto se dio cuenta de lo que pasaba. Hubo un escándalo horrendo en nuestra
pequeña ciudad... Entonces la gente tenía pocas
cosas que hacer, y chismorrear a costa del vecino era su aficción favorita. Sin embargo logré sobrevivir a ello...
Parece que la gente algo había entendido de nuestra situación íntima, y al pasar el
tiempo, sentí que no me castigaban sin reconocer que había razones válidas por mi
infidelidad...
..........................................................................................................................................
El fin de mi matrimonio, lejos de agobiarme, fue una
bendición para mí. Además, por
aquel tiempo, tuve la suerte de encontrar un trabajo de funcionaria en el ayuntamiento. Que era divorciada y
madre de tres hijos ayudó... El trabajo me proporcionó autoestima y libertad.
No sólo ganaba el dinero que me
hacía independiente; también sentí que podía ser útil, que tenía algo de.valor...
Desde luego, mi relación con el gimnasta terminó al mismo
tiempo en que estalló el
escándalo. ¡Él resultó ser tan miserable! Lejos de apoyarme y compartir conmigo mi aflicción y mi
vergüenza, llegó hasta a ir a pedirle perdón a.mi marido, echándome toda la
culpa a mí, “la adúltera”.
Sentí por él el desprecio más profundo
y todo mi amor se esfumó...
Mis relaciones después del divorcio fueron muy discretas.
Nunca tuve una relación con un
hombre casado, aunque hubo ocasión... También evité, por.instinto, liarme con
gente de mi propia ciudad, puesto que aborrecía la idea de dar a los que vivían del cotilleo temas para
hablar... Así que mis pocas relaciones fueron todas
con forasteros: gente que estaba
de paso por nuestra ciudad, viviendo aquí
por un tiempo limitado. No lo hice conscientemente, pero si es cierto que a los hombres que estuvieron conmigo les
daba miedo formalizar su relación con una divorciada,
madre de tres hijos, es igualmente seguro que tampoco yo veía con buenos ojos la posibilidad de introducir en
mi familia a un nuevo marido. Bastante tuvieron que aguantar mis hijos. Tener que
adaptarse a un padre nuevo, sería demasiado para ellos... Más aún porque su propio
padre nunca dejó de estar presente en sus vidas, y de forma muy positiva, tengo que
reconocerlo. Tanto como para mí fue un pésimo.marido, para ellos había
sido siempre un buen padre.. No sólo daba el dinero necesario para que no les faltara
nada, sino también se ocupaba de sus estudios, se interesaba por sus aficiones y pasaba
mucho tiempo con ellos. Los quería y ellos lo.querían mucho, también.
Cuando, hace unos años, él enfermó gravemente, mis
hijos tuvieron que cuidarlo y yo
les ayudé gustosa, haciendo turnos a su lado. Con los años, habíamos logrado establecer entre ambos una
relación, si no de amistad, al menos de respeto mutuo. Poco antes de morir me pidió
que lo perdonara “por haberme destrozado la.vida”. Había contestado entonces
que mi vida no había sido para nada destrozada y.que, al contrario, yo le
estaba agradecida a él, por haberme dado a mis hijos, y.también por haber sido
tan buen padre para ellos... No mentía. Lo he perdonado de todo corazón. Él no tuvo la culpa por
su sexualidad minoritaria. Ni siquiera por querer
ocultar su “problema” con casándose
y teniendo una familia. En.aquellos años “salir del armario” era impensable,
más aún si uno vivía y trabajaba en una
pequeña ciudad, donde todo lo que hace una
persona está constantemente
examinado con lupa.y sin piedad alguna. Yo, por haberme dejado convencer por mis
padres a casarme tan temprano,
también tenía parte de la culpa por el fracaso de nuestro matrimonio. No quiero ser injusta...
..........................................................................................................................................
Y ahora me toca Felipe. No quiero -y no debo- dejar que mis ilusiones, (¡que sí las tengo!) cobren dimensiones
desproporcionadas. Ni tampoco que el temor se.apodere de mí y me paralice. Voy
a tomar las cosas con calma y trataré de pasármelo.bien, sin darle más vueltas.
Tampoco debo hacer cosas que no estoy segura que quiero hacer...
¡Por lo menos no corro el peligro de quedarme
embarazada! ¡Esto es lo bueno de
mi edad! (¡Qué cosas se me
ocurren!).
¿Pero las enfermedades? ¿El SIDA? A ver si a mi edad voy y
cojo algo así... (¡Dios! ¡Las cosas que me pasan por la cabeza!)
¡Lolita! ¡Cálmate! ¡No pienses más! ¡Vas a encontrar a
Felipe, tu amigo, un hombre serio
y afable, no al “asesino con de la sierra”, como bien lo ha dicho
él.¡Entereza, pues! Ya veremos lo que nos depara el futuro...
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου