Πέμπτη 3 Δεκεμβρίου 2015

EL MEDITERRÁNEO, CUNA DE CIVILIZACIONES




Años atrás, durante una visita a las ciudades antiguas de Sicilia, me había preguntado cómo fue posible que los griegos del séptimo siglo antes de Cristo tuvieran la osadía de emprender los viajes que les condujeron allí, para fundar las colonias de la Magna Grecia. Aquellos hombres no tenían más que unos navíos primitivos, que iban con remos y velas. No tenían ni brújulas, ni órganos de navegación, ni mapas, ni conocimiento alguno de la geografía, como los tuvieron en su tiempo Colón, Magallanes, Díaz y los otros grandes navegantes y exploradores del Renacimiento. Debían de ser realmente viajes hacia lo desconocido aquellos antiguos, aunque es lógico deducir que los que crearon las colonias habían sido precedidos por otros, que habrían “descubierto” los primeros esas tierras, antes que los colonizadores.El proceso probablemente fue larguísimo y quizás las nuevas tierras fueran descubiertas primero por accidente, como uno  puede deducir estudiando la mitología u obras como la Odisea. De todas maneras la pregunta es insistente: ¿cómo fue que unos hombres con medios primitivos se atrevieran a adentrarse tanto en el mar para poder “descubrir” tierras lejanas y hasta entonces incógnitas?  Aunque suponiendo que siempre hubo un móvil fuerte que incitó a aquellos primeros viajes -una catástrofe natural, guerras, persecución, hambre u otra calamidad, que hizo la huida de la tierra natal necesaria-, es difícil de entender cómo lanzarse hacia lo incógnito les había parecido a los navegantes primitivos como una posible salida a sus problemas, de la índole que fueran.Por mucho tiempo me había intrigado la pregunta de cómo fue que aquellos hombres habían arriesgado sus vidas emprendiendo viajes imposibles, sin la más remota certeza de que estos acabarían en algo. Hasta que este verano, viajando por el Egeo hacia el destino de mis vacaciones, encontré una posible respuesta: me di cuenta de que navegando este mar esparcido de islas e islotes, el viajero tiene siempre a la vista un pedazo de tierra. El horizonte nunca es una línea recta que divide el mar del cielo. Esta línea está siempre interrumpida por una roca, un islote, una tierra, que aunque parezca inhóspita su imagen puede consolar y crear esperanzas.  Así que atravesar el Egeo hasta la costa de Asia Menor fue quizás el primer paso para que los antiguos marineros griegos adquirieran poco a poco experiencia náutica, que más adelante les permitió emprender viajes más arriesgados.El Mediterráneo es un mar cerrado, que se puede navegar teniendo siempre la costa a la vista. Además hay muchos conjuntos de islas, aparte del achipiélago del Egeo, que hacen posible que un  viaje largo se interrumpa, para que los barcos puedan abastecerse y las tripulaciones descansar y reponerse. Por otro lado, este “mar nuestro” es relativamente apacible.  En él no hay huracanes, tifones, o ciclones, mientras que las tempestades y los vendavales no suelen durar más que unos pocos días a la vez. Todos estos hechos podrían  explicar por qué los primeros grandes navegantes y colonizadores de la historia fueron pueblos mediterráneos. Los fenicios fundaron Cádiz y Palermo unos mil años antes de Cristo; los griegos colonizaron la costa del Asia Menor nueve siglos antes de Cristo;  y las costas de la península Itálica y de Sicilia  apenas doscientos años después. Marsella fue fundada alrededor del 600 a. C,  Ampurias, en la costa de Cataluña, en 550 a. C. y las colonias griegas en el Mar Negro en aquel mismo periodo.Con el desarrollo de la navegación floreció también el comercio e inevitablemente el intercambio cultural entre pueblos distintos. Este intercambio, el conocer otros mundos y a gente diferente no cabe duda que ha impulsado decisivamente el progreso. El auge de la civilización en el periodo de los griegos antiguos y los romanos no es para nada ajeno a la geografía, porque el Mediterraneo no sólo ha permitido la comunicación y el intercambio entre pueblos diferentes, sino tambien ha influido en las condiciones climáticas de la zona, proporcionando a sus habitantes inviernos templados y veranos frescos, es decir, un clima propicio para la vida humana y el desarrollo económico y  también cultural. No es injusto, pues, ni exagerado considerar el mar Mediterráneo como cuna de civilizaciones.


Tina Dougalis

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