Τρίτη 15 Δεκεμβρίου 2015

MI ATENAS EN MI VIDA ADOLESCENTE


El subconsciente colectivo de Atenas estaba dominado por un silencio amenazador. La capital de los años 70 del siglo pasado vivía bajo una dictadura, la Junta de los Coroneles. La censura intentaba amordazar a la prensa e infundir terror entre la gente.Yo, con la sensibilidad de una adolescente, sentía este miedo presente en todas partes, en las calles donde la gente caminaba con aparente tranquilidad, en las reuniones o en los medios de transporte donde reinaba un orden fingido, una falsa obediencia. En aquellos años era alumna de un colegio de monjas.
Mi colegio estaba ubicado en el centro, en la calle Charilau Trikupi, una calle comercial cerca de la universidad y de la plaza de la Concordia. Cuando iba a clase tomaba el trolebús desde mi barrio, Pangrati, hasta la estación de la universidad y después  caminaba unos pocos metros hasta mi escuela. Esto pasaba al inicio, pero a causa de la situación política del momento, de las numerosas e imprevisibles detenciones de la gente, mis padres pensaron que sería mejor que alguien nos llevara a mí y a mi hermana al colegio, así que contrataron a un conductor privado. Se llamaba Virgilio, y era greco-rumano, un hombre muy simpático, un jubilado que no tenía hijos y por eso le gustaba muchísimo acompañarnos y participar a su manera en nuestra vida diaria. Por supuesto nos hicimos amigos y nuestra amistad duró hasta muchos años más tarde. El itinerario era casi el mismo. Atravesábamos en su coche las calles de nuestro barrio, pasábamos frente al jardín nacional que se llamaba entonces jardín real,y nos dirigíamos hacia la avenida de la reina Amalía y de ahí hacia la calle de la Universidad. Unos días cambiábamos el trayecto y pasábamos por el barrio de Kolonaki. Otros días nos desviábamos más y subíamos a la colina de Likavitos para contemplar desde arriba, a vista de pájaro, nuestra ciudad. Muchas veces, si había mucho tráfico bajábamos a la esquina de Charilau Trikupi y andábamos hasta el colegio. Durante el camino nos acompañaban los ruidos de la capital, los pitidos de los coches, sus frenazos, los gritos de los vendedores ambulantes, los chillidos de los estudiantes, el clamor de la calle. Estos sonidos, junto a los repiqueteos de las campanas de la iglesia de la Fuente de Vida los días de la misa, marcaban nuestros pasos cada mañana. Había olores dulces de las pastelerías cercanas, y un olor a naranjo se desprendía de los 
árboles a lo largo de la calle .Pero sobre todo olía a cuero de las zapaterías y a humo de los vehículos.
Me vienen ahora a la memoria imágenes de mi vida escolar: primero el edificio  que en verdad eran tres, el primero era el dormitorio de las monjas y de las alumnas internas, el segundo era la iglesia católica y el salón de actos y el tercero era el edificio de nuestras aulas. Los dos patios, uno con la bandera donde formábamos filas y el otro donde hacíamos gimnasia, un pequeño jardín donde estaba la estatua de San José, pero sobre todo  recuerdo los ojos apacibles de las monjas, sus saludos en el umbral, la oración de la mañana, las risas y los juegos en los recreos con las amigas, las charlas en el patio, los cotilleos ,los debates en la clase, las caras serias de nuestros profesores que representaban la autoridad absoluta dentro de nuestro pequeño mundo.
Al terminar las clases,Virgilio nos esperaba para el regreso a casa.Y nosotras cansadas por el largo día –eran las cuatro de la tarde cuando nos recogía,y estábamos en la escuela desde las siete y media de la mañana- mirábamos a los transeúntes al regreso también de sus trabajos cómo hacían colas y esperaban el autobús en la calle de AcademiaSólo los sábados las clases duraban hasta las doce y Virgilio no venía a recogernos. Solíamos  pasear por el centro, la plaza de la Constitución, la calle de Ermu, hasta Monastiraki y Plaka, el barrio de los turistas, donde tomábamos un café o una cerveza y fumábamos. Nos sentíamos como si fuéramos adultos, nos sentíamos libres y felices de una manera tan sencilla e ingenua. El barrio del centro histórico de Atenas era para nosotras el lugar de nuestras aventuras de flirteo. Allí había un aire de vida despreocupada, entre las tiendas de interés turístico y los restaurantes, las casas con los frondosos jardines y los hermosos patios, hacíamos un paseo florido. Por sus callejones empedrados se levantaba el clamor de la muchedumbre mezclado con la melodía del organillo. Es el único sitio que en mi memoria ha permanecido intacto.
En el barrio del centro no había muchas residencias. Era y sigue siendo un barrio comercial y estudiantil. Durante esta época en la Universidad central estaban casi todas las facultades y los estudiantes frecuentaban los bares y las cafeterías del centro. Era un barrio de gran vivacidad y alegría.
 Tardaría un tiempo todavía en cambiar la serenidad y la estabilidad en caos, el regocijo en pesadilla, la vida en muerte. Los acontecimientos de la facultad de derecho en febrero de 1973 convertirían el corazón de Atenas en el semillero de los jóvenes reaccionarios y unos meses después, en noviembre, se desencadenarían los episodios de la Universidad Politécnica y a continuación el derrumbamiento del régimen. La lucha de los estudiantes contra la dictadura por la democracia fue decisiva, como una ráfaga del viento sopló sobre Atenas y llevó fuera el miedo y la incertidumbre.
De mi colegio lo único que ha quedado es una cripta con una estatuilla de San José, que se encuentra dentro del centro comercial construido en los años 80. El convento y la escuela se trasladaron a un suburbio en el norte de Atenas. Jamás lo he visitado.
ATENAS, 8 DICIEMBRE 2015

STELLA PANAGOPOULOU KIRKOU

Δεν υπάρχουν σχόλια:

Δημοσίευση σχολίου