Τρίτη 15 Δεκεμβρίου 2015

LA ABUELA


Estoy sentada en mi sillón de terciopelo en el salón y, como mi nieto en su cuarto está ocupado con la preparación de sus deberes escolares, de repente me entran ganas de hacer algo que no me acuerdo desde hace cuánto tiempo no le he hecho,  mirar las fotos en el álbum de nuestra familia donde desfilan todos los míos.  Ay qué tiempos tan lejanos... Esto, aparte de llenar mi tiempo vacío, me trae tantos recuerdos y a la vez hace que me rebase una ola de sentimientos de todo tipo de matices: alegría o tristeza, nostalgia o emoción, melancolía o buen humor.  Me detengo en una especialmente, la cojo entre mis manos temblorosas y la miro detenidamente, perdida en los tiempos de mi infancia mientras estoy viajando hacia atrás: los abuelos se ven muy jóvenes y sus dos hijos, tendidos mano a mano, mi mamá y su hermano parecen tan emotivamente inocentes.
            Alta, rubia, siempre bien vestida y mejor peinada, en una palabra, elegantísima, mi abuela en mis ojos luce como si fuera una reina, un hada.  Aunque no lleva en sus hombros finísimas alas transparentes, cada vez que yo me hago alguna herida en las rodillas después de una caída (mientras aleteamos, jugando nosotros, sus cuatro nietos), ella, en un abrir y cerrar los ojos, se halla a mi lado, se inclina sobre mí, me abraza y me besa, me seca las lágrimas con su perfumando pañuelo y me alivia con su voz tierna. Nunca se lo he dicho a nadie, pero creo que –aunque su conducta es igual de cariñosa hacia cualquiera de sus “chiquititos”, como nos llama – la abuela me quiere más a mí. A lo mejor porque me llamo como ella o puede ser porque soy la menor.
            Tiene unos ojos azules muy vivos y siempre la vemos risueña. No pierde nunca su sangre fría y su serenidad aun cuando el ruido que hacemos, sobre todo los chicos, se hace insoportable. Entonces busca, y lo consigue siempre, una manera para tranquilizarnos. Unas veces nos convoca para contarnos algunas de sus increíbles historias, llenas de dragones, enanos, caballeros y princesas. La escuchamos como si estuviéramos hechizados y la suplicamos que continúe la historia, dale que dale. Sabemos que todo esto no es verdad, pero la abuela es tan persuasiva que lo más fácil es que nos dejemos llevar por la fantasía creyendo que nosotros mismos estamos entendiendo lo que sucede, por extraordinario que sea. Otras veces nos propone que juguemos todos juntos, ella incluida, por supuesto en el papel del jurado, un juego en el que los jugadores repartidos en dos grupos compiten en el ámbito del conocimiento. Al final la abuela “otorga” el premio al grupo ganador, frecuentemente unos pasteles, que los repartimos entre todos.
            La abuela también es muy generosa. Nunca olvida nuestros cumpleaños o nuestros santos, y siempre visita nuestra casa o la de mis tíos cargada de regalos: dulces, flores y juegos no sólo para el que tiene su celebración sino para todos los primos.
Durante las vacaciones veraneamos todos juntos en el chalet familiar en la playa. A todos nos gusta el mar y la abuela, como es muy buena nadadora, siempre está a nuestro lado para poder prevenir y evitar algo desagradable, así que nuestros padres pueden aprovechar un descanso sin problemas después de tantos,  de infinitos meses de trabajo. Pero lo mejor son las fiestas navideñas. Nos reunimos en la casa de abuela toda la famila y allí, efectivamente, reina la felicidad absoluta. ¡Qué luces, qué colores, qué olores, qué comida, qué dulces, qué música, qué bailes y, sobre todo, qué regalos. ¡Todos felices!
Quiero mucho a mi abuela y cuando me abraza y me besa siento que no podría amar a nadie más. La adoro.
“Abuelita, he terminado”, se oye la voz de mi nieto desde su cuarto satisfecha e impaciente.  “¿Puedo jugar ahora?” . La foto amarillenta cae de mis manos al suelo y, de repente,  vuelta a la realidad.  ¡Qué lástima que mi abuela falleciera unos pocos años antes de que yo naciera! ¡Qué lástima que no la conociera y que sólo puedo imaginarla! En cualquier caso, estoy pensando,  la vida sigue, lo prueba la vocecita de mi nieto, así que me apresuro a responderle: “Claro, claro, cariño”.
Angelikí Patera

30-11-2015

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