Bondadoso, servicial y siempre dispuesto a ayudar en
las tragedias humanas, el capitán Yanniko empezó su contacto con el mar cuando
tenía 14 años. Hasta sus 49 lo había
explorado hasta sus menores detalles y había saboreado todos los dolores y los
placeres del mar, pero siempre estando en su elemento.
Αquel viernes era un día muy difícil para los
marineros. El viento soplaba con intensidad, con una fuerza de entre 8 o 9
nudos. Las enormes olas mugían y hacían que los barcos de pesca parecieran cáscaras
de nuez. El capitán con rostro decisivo, mirada fija y ojos de hombre habituado
a las manías del mar continuaba su pesca de calamares y salmonetes. Tenía una
gran familia y las obligaciones no le permitían el lujo de permanecer indeciso
en días de marejada.
Así que continuaba su labor con sus siete compañeros
para ganarse la vida cuando, de repente, recibió la orden del ministerio de la
navegación para acercarse a un sitio con gran ondulación donde se encontraban
en peligro algunas personas que se habían caído al mar. Inmediatamente el
capitán se dio cuenta de la pura realidad:
los barcos portuarios no podían acercarse. En semejantes condiciones la
Guardia Costera le pedía
ayuda a él y el capitán, sin
pensarlo, ofreció sus
servicios cuatro veces salvando a más de doscientas personas del tempestuoso
mar.
Sín vacilar en hacer su deber dio órdenes a sus siete
compañeros:
- Vamos. Hay que salvar a esos náufragos. Recoged
la pesca y toda la
herramienta. Hoy lograremos mucho más salvando personas.
Acercándose al sitio señalado, los rostros de
todos palidecieron. Encontraron el infierno. Vieron la catástrofe directamente
a los ojos. 80 almas, entre ellos 20 recién nacidos y niños estaban
amontonados en dos barcos de plástico, llenos de agua y a punto de hundirse. Sin
perder tiempo, y con destreza, el capitán hizo que su trainera ´´San Juan´´ se acercara a dichos barcos y
gritó en inglés:
- Primero los niños, los niños, después las
mujeres y por último los hombres.
Sus compañeros lanzaban los recién nacidos a las
manos de los marineros que estaban a
bordo del ´´ San Juan ´´ como si fueran pequeñas pelotas. Una mujer embarazada
se había mojado hasta los huesos. Tiritaba como un pez. La cubrieron con una
manta. El capitán prestó sus calcetines a una jovencita pensando
que él podía resistir, él estaba acostumbrado a estas peripecias pero ella
estaba ya amoratada de frío. Un chico había nacido hacía tres días en la costa
de Turquía. El más grande de los niños tenía solo 5 años. Madres jóvenes se
arrodillaron delante del capitán besándole las manos y las piernas demostrando
así su gratitud por su grandeza de alma
y sus sentimientos humanos.
Esta es la historia del capitán Yanniko, el lobo
de mar de Chios, quien a sus 49 años se enfurece con los acontecimientos, con la vida, con la guerra y con la política que
hicieron que el Egeo, su Egeo, se convirtiera en un mar que huele a muertos.
Vicky Ververoglou
30.11.2015
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