Como he vivido por muchos años en Creta -y he trabajado muchísimos más, como urbanista, sobre
ella-, tengo con esta isla una relación de amor y odio:
Amo su naturaleza hermosísima, sus paisajes tan
diversos y por otro lado odio su
deforme “desarrollo” urbanístico, que con tanta velocidad va destruyendo, año
tras año, esta naturaleza y estos paisajes.
Amo su historia y tradición riquísima -de más de cinco milenios- y también los rastros de esta historia y esta
tradición que el tiempo ha respetado, como odio
la manera con la que estos rastros del património histórico y cultural van
desapareciendo, bajo el hormigón del desarrollo y la explotación turística
desmesurada.
Amo a su gente hospitalaria, amistosa, alegre y
orgullosa -por su cultura, por su lengua, por sus tradiciones-, mientras que odio a la misma gente cuando su orgullo se degenera en desprecio
hacia los otros, en separatismo y en un individualismo voraz que hace que uno no
respete ni a su propio vecino. Me apena cuando su codicia y su avidez para
enriquecerse -ahora mismo, si cabe- no la deja ver que sus actos ponen a la larga en peligro a la misma gallina
que pone los huevos de oro, es decir, el paisaje natural y el patrimonio
cultural de su isla, comodidades, ambas, tan valiosas. La odio también cuando
usa armas de fuego para divertirse en las bodas y en otras fiestas, porque intuyo que usando estas armas uno se
divierte amenazando a los otros (y en especial a la gente más pacífica), mostrando
su determinación de doblegar y aniquilar a sus adversarios potenciales, no con
argumentos, sino con violencia bruta.
Así que siempre que estoy visitando Creta, tengo, como
Chirbes, sentimientos contrapuestos.
Sin embargo, creo que -también como ocurrió con Chirbes- mi sentimientos positivos rebasan los negativos: Porque
tengo muchos amigos cretenses a los que quiero de verdad y a los que además admiro,
por su orgullo sano y por su amor a su enorme legado cultural, un amor que
nunca decae en arrogancia o desprecio hacia otras culturas. Además, ya que mi
hijo ha elegido vivir en Creta, no puedo sino pensar en ella con cariño...
Me gustaría concluir estas notas diciendo que la
cabecita de barro, que se encuentra en el museo arqueológico de Chaniá y que tanto
ha conmovido a Chirbes para concluir su ensayo sobre Creta hablando de ella, ¡me
emocionó también a mí, cuando la contemplé!
Como testigo pongo aquí una fotografia que había
sacado de ella en 2013.
Tina Dougalis
Atenas 21 de octubre 2015
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